Originally published on June 18, 2019, in English
Producido por City Bureau
Traducido por Mago Torres
Era la tarde de un domingo de abril y Elaine Olszewski, feligrés de toda la vida de la Iglesia San Adalberto en Pilsen, bajó por las escaleras al sótano de la rectoría. Como presidenta del Club de Madres, estaba lista para decorar las mesas con manteles individuales y cubiertos desechables para la reunión semanal del club. En cambio, se sorprendió al encontrar la habitación, normalmente ordenada, en completo desorden.
Por todos lados había colchones sucios, botellas de cerveza vacías, cajas de pizza y bolsitas de marihuana. Las paredes estaban cubiertas de grafitis y las ventanas habían sido tapadas con bolsas de papel.
“Nadie sabía nada de esto”, dice Olszewski. “Al menos el sacerdote pudo haber llamado y avisarnos que se cancelaba la reunión”.
Eventualmente, otro feligrés le informó a ella y a otros que el sótano había sido alquilado para la grabación de un programa de televisión. Las pequeñas bolsas de marihuana y el graffiti eran de utilería. Esta fue una novedad para el pequeño grupo de mujeres de 80 años, que se vieron obligadas a reprogramar su reunión del Club de Madres.
Cuando la Arquidiócesis anunció en febrero de 2016 que iba a consolidar las seis iglesias de Pilsen en tres, los feligreses de San Adalberto no imaginaron lo caótico que sería el proceso. Las reuniones y eventos cancelados se volvieron más y más comunes. Hubo un acuerdo fallido de bienes raíces, varias sociedades de preservación compitiendo por su futuro y un desafío legal que llegó hasta el Vaticano. Además, los feligreses más dedicados de San Adalberto dicen estar decepcionados porque la institución en la que depositaron su confianza no los tomó en cuenta en las decisiones sobre el futuro de su iglesia. Los que todavía luchan por mantener la iglesia como un espacio sagrado y de la comunidad, se están quedando sin opciones.
La feligresía de San Adalberto no está sola. En septiembre de 2015, la Arquidiócesis de Chicago anunció la iniciativa Renueva Mi Iglesia, la cual pretendía fortalecer la comunidad existente y al mismo tiempo alentar a los fieles a traer a otros al rebaño. La parte más visible y controvertida del plan es el proceso de “Agrupación Parroquial”, que organizó las cerca de 400 parroquias de Chicago en 97 grupos. Cada grupo comparte un sacerdote, un presupuesto, un consejo de finanzas y un consejo parroquial.
Como parte de Renueva Mi Iglesia, la Arquidiócesis ha decidido cerrar 10 iglesias, incluyendo la de San Adalberto. Tan sólo en este año anunció 18 fusiones parroquiales, que implican el cierre de ocho iglesias. Recientemente, otra ronda de consolidaciones de esta iniciativa en Chicago provocó enojo en Bridgeport, Canaryville y Chinatown.
Algunas personas de Chicago, como Anina Jakubowski, feligresa de San Adalberto, se refieren al programa como “Arruina mi Iglesia”. Para ella, “no hay nada positivo al respecto. Esto es perjudicar a cualquier iglesia que tenga una congregación sólida”.
La Iglesia Católica está en crisis por diferentes razones. La asistencia a las misas ha disminuido en un 35% desde 1990, según sus propios números. El número de sacerdotes también ha disminuido, y muy pocos están siendo ordenados cada año. Con menos feligreses se reciben menos donaciones, y la iglesia ha gastado millones de dólares en demandas judiciales por los escándalos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes alrededor del mundo.
Para una organización con menos demanda y menos recursos financieros, la consolidación puede tener sentido. Pero como lo han visto los feligreses de San Adalberto, y como la Arquidiócesis de Chicago se está enterando, cerrar una iglesia puede ser tan difícil como mantenerla abierta.
Fundada en 1874, San Adalberto se encuentra en el corazón de Pilsen, en la calle 17 entre Paulina y la avenida Ashland. Sus torres, construidas ladrillo a ladrillo por inmigrantes polacos, se pueden ver desde cualquier lugar en el barrio. En el interior, las columnas de mármol, un órgano Kimball de más de 100 años y las vitrinas están inspiradas en la Basílica de San Pablo Extramuros en Roma.
La iglesia, que una vez fue lugar de culto para la feligresía polaca, ahora sirve a una comunidad diversa de fieles mexicanos, polacos, y nuevos residentes de Pilsen.
Cuando los inmigrantes mexicanos comenzaron a establecerse en Pilsen durante los años sesenta, las iglesias fueron algunas de las primeras organizaciones en darles la bienvenida al barrio. San Adalberto, por ejemplo, agregó una misa en español a su rotación a mediados de los años setenta.
Tomó casi 150 años construir a San Adalberto en la comunidad que es hoy, y aproximadamente diez meses decidir cerrarla.
En abril de 2015, sacerdotes, representantes de las órdenes religiosas dominica y jesuita y funcionarios de la Arquidiócesis se reunieron para comenzar el proceso de planificación para consolidar o cerrar las parroquias de Pilsen. Estas reuniones continuaron durante el verano y en septiembre se dio una breve presentación sobre el proceso en un servicio de oración abierto a toda la comunidad. Sobre este proceso, la Arquidiócesis dice que tres feligreses de cada iglesia se unieron a un “comité directivo recientemente desarrollado” que se reunió regularmente en el otoño, antes de que se hiciera la recomendación final.
La Arquidiócesis solicitó comentarios a través de “varias reuniones a las que los feligreses podían asistir en su parroquia individual” y una encuesta distribuida en la misa, según explica Anne Masselli, directora de comunicaciones.
“Yo creo que no involucraron a la comunidad, a lo que yo tengo entendido. Los encargados de las iglesias anduvieron viendo eso. Pero pienso yo que a la comunidad—no estoy segura—pero pienso yo que no nos preguntaron si queríamos o no queríamos [que cerraran nuestra iglesia]”, dice Ofelia Andrade, feligresa por quince años.
El Padre Michael Enright, párroco de San Adalberto, se negó a comentar sobre este artículo. Pero algunos feligreses sienten que su parroquia no estuvo representada adecuadamente en estas reuniones de planificación. En aquel tiempo, los feligreses de San Adalberto no tenían su propio sacerdote dedicado a representarlos, ya que el Padre Enright estaba a cargo tanto de San Pablo como de San Adalberto, y únicamente un grupo selecto de individuos podía asistir a las reuniones.
“No estamos seguros de por qué ciertos feligreses sienten que no estaban al tanto del proceso de toma de decisiones, ya que duró casi un año y fue diseñado para incluir aportes de todas las parroquias afectadas”, escribió Masselli en un correo electrónico.
Cuando se le preguntó si la Arquidiócesis había cambiado su enfoque sobre el cierre de iglesias después de escuchar a los feligreses molestos por el proceso de San Adalberto, Maselli escribió, “en cuanto a las lecciones aprendidas, ahora tenemos un proceso formalizado y tenemos recursos adicionales y experimentados para acompañar a las parroquias. A través del proceso de toma de decisiones y para proporcionar orientación y ayudar a implementar el nuevo plan operativo posterior a la consolidación, cuando sea necesario”.
Una vez que se ha tomado la decisión de cerrar una iglesia, la Arquidiócesis comienza un proceso similar a la venta de cualquier otro edificio grande: se contratan corredores que evalúan el valor de la propiedad y la ponen en el mercado.
Eric Wollan, director de bienes de capital en la Arquidiócesis de Chicago, describe la decisión de vender una iglesia como una cuestión de maximizar su valor para la parroquia a la que sirve. Él dice que cuando la asistencia a la iglesia es baja, “en última instancia, reconocemos que tenemos instalaciones que no son centrales, que no son críticas para la misión de la iglesia o la misión de la parroquia en el futuro”.
Si se vende la propiedad de San Adalberto, los ingresos seguirán a sus feligreses hasta San Pablo, dice Wollan.
Pero vender una iglesia tiene desafíos únicos. A diferencia de otras propiedades, una antigua iglesia necesita ser desconsagrada, o despojada de su designación espiritual, antes de que pueda ser reutilizada. El proceso involucra un decreto oficial de la iglesia, en este caso emitido por Blase Cupich, arzobispo de Chicago, que diga que la propiedad ya no es un lugar de culto, aunque no puede usarse para propósitos “profanos”.
Otras estipulaciones de la iglesia se pueden establecer a perpetuidad a través de restricciones en la escritura de la propiedad, explica Angelo Labriola, vicepresidente de SVN Chicago Commercial y uno de los corredores principales de San Adalberto y de Santa Anna, otra iglesia en Pilsen que como parte del plan de reconfiguración fue cerrada y vendida en enero del 2019 para construir condominios. La escritura de San Adalberto incluye una larga lista de restricciones, como la prohibición de la clonación humana, la anticoncepción, el satanismo, la lectura de palmas, la pornografía, los talleres mecánicos y cualquier otra cosa que “represente actividades o estilos de vida ilegales bajo una luz favorable”.
La Arquidiócesis tiene una variedad de posibles compradores para San Adalberto, pero habitualmente trabaja con promotores residenciales e instituciones educativas, según Wollan. Algunas iglesias de alto perfil en Chicago se han convertido en condominios de lujo, espacios para eventos, y hasta una escuela para artistas de circo.
Labriola estima que una propiedad como San Adalberto —con sus 100,000 pies cuadrados en cuatro edificios, sobre un lote de 2.14 acres— podría venderse entre 45 y 75 dólares por pie cuadrado. El comprador también debe considerar los costos de rehabilitación, los costos de construcción para transformar el edificio y el tiempo necesario para garantizar un cambio de zonificación, si es necesario. Dependiendo del comprador, el edificio puede no conservar su estado de exención de impuestos, por lo que los impuestos a la propiedad son también un factor a considerar.
SVN ha tenido a San Adalberto en el mercado desde septiembre de 2018. Durante este lapso de tiempo, Labriola estima que entre 20 y 30 grupos se han acercado a revisar la propiedad.
Los compradores potenciales han presentado planes que implican la demolición de todos los edificios en el lote, dice el vicepresidente de SVN, Paul Cawthon, quien es el otro corredor principal que trabaja con Labriola en la venta de la propiedad. Pero la iglesia no aceptará esas ofertas a pesar de que esos compradores podrían ofrecer un precio más alto que el de alguien que busca preservar los edificios, explicó Cawthon.
“San Adalberto es, antes que nada, una iglesia maravillosa, por eso, la intención es siempre salvarla (el edificio)”, dice Labriola. “[El comprador] necesita poder idear un plan viable, para el futuro de la iglesia y para la propiedad”.
Cawthon y Labriola estiman que para que el uso del convento sea seguro, las reparaciones tendrían un costo de entre dos y tres millones de dólares. En cuanto a la estructura de la iglesia, Cawthon estimó que las reparaciones a las torres costarían entre otros dos y cinco millones adicionales.
Y esos millones de dólares en reparaciones son antes de que un desarrollador le de otro tipo de uso al edificio. Esto quiero decir que cualquier persona dispuesta a comprar San Adalberto debe tener al menos unos cuantos millones a la mano. Ambos corredores dejaron en claro que hay desarrolladores que tienen esa cantidad de dinero y podrían asumir un proyecto como el de San Adalberto, pero aprobarlos depende del plan que tengan.
“No puedes reutilizar una iglesia, es difícil,” explica Cawthon. “¿Qué haces con una iglesia con techos de 70 pies y un baño y que sabes que necesita millones de dólares en reparaciones?”
Blanca Torres estaba en el baile de San Valentín con los feligreses de San Adalberto cuando escuchó que cerrarían su iglesia.
Torres creció al otro lado de la calle de San Adalberto. Allí fue a la escuela primaria, y sus padres fueron algunas de las primeras personas que solicitaron la misa en español a principios de los setenta. Su padre sirvió como acólito y su madre enseñó clases de catecismo durante los fines de semana. Cuando crecieron, su hermana se casó e incluso allí bautizó a sus hijos.
“Yo estaba llorando, y mi mamá también”, dice Torres sobre el momento en que se enteraron de que San Adalberto cerraría las puertas. “Dije, bueno, está bien, saca eso de tu sistema, llora, lo que sea, pero luego necesitamos formular lo que necesitamos empezar a hacer”.
Poco después del anuncio, Torres y otros ocho feligreses crearon la Sociedad de Preservación de San Adalberto (SAPS, por sus siglas en inglés), que dos meses después se incorporó como una organización sin fines de lucro y comenzó a recaudar fondos. Bajo la guía de Brody Hale, abogado de Massachusetts que creó la Sociedad de Preservación de la Iglesia Católica, SAPS pudo navegar el proceso de convertirse en una organización sin fines de lucro. Blanca dice que Hale enseñó a los feligreses cómo alentar el proceso de cierre de sus iglesias y estrategias para preservarlas.
Los miembros de SAPS organizaron ferias en las calles y recolectaron dinero para reparar las torres. Incluso recibieron una donación de un millón de dólares de un antiguo feligrés anónimo.
El grupo también se embarcó en un proceso de apelación de varios años dentro de la Iglesia Católica, resistieron la decisión del arzobispo Cupich de cerrar San Adalberto y llevaron el caso hasta el Vaticano —aunque ese esfuerzo no detuvo la venta de la iglesia.
Al mismo tiempo, SAPS apoyó en noviembre de 2016 una propuesta de The Resurrection Project, una organización sin fines de lucro con sede en Pilsen que trabaja en el desarrollo comunitario y viviendas de bajo costo, que buscaba convertir la propiedad en un proyecto de uso mixto que incluía un espacio de oración, teatro y oficinas administrativas.
La lucha para salvar a la iglesia llamó la atención de Julie Sawicki. Mientras crecía, ella recuerda lo especial que era cuando alguien de la comunidad polaca organizaba una boda, una comunión o un bautismo en San Adalberto.
“San Adalberto fue(…) la primera iglesia polaca que se construyó en los lados sur y suroeste de Chicago”, dice Sawicki, quien destaca la importancia del estilo de la gran catedral. “El hecho de que nuestros antepasados pudieron lograr esta hazaña en un país extranjero fue algo muy especial para nosotros”.
Sawicki se unió a la Sociedad de Preservación de San Adalberto en enero de 2017, pero después de varios meses, decidió crear un grupo disidente cuando ella y otros miembros de la comunidad polaca tenían una visión diferente para la iglesia: querían que la mayoría de la propiedad siguiera siendo un complejo religioso.
“Es por esto que nuestros antepasados se sacrificaron”, dice ella. “Ellos no vinieron a este país para hacer una vida mejor para ellos y sus familias y después sacrificarse, trabajar gratis y recaudar dinero, para que años más tarde esto se venda a un desarrollador para ganar dinero”.
Así que Sawicki creó la Sociedad de San Adalberto (SOSA, por sus siglas en inglés), y el grupo creó un plan para convertir el convento detrás de la iglesia en un espacio de alojamiento con 40 habitaciones y desayuno incluído (llamado también bed and breakfast o B&B). Los ingresos obtenidos a través del B&B podrían ayudar a pagar el mantenimiento de la iglesia, dijo Sawicki, y ayudar a pagar los préstamos necesarios para reparar la iglesia.
Eventualmente, la propuesta que además tuvo el respaldo de SAPS fue rechazada por la Arquidiócesis. Ahora Torres y su grupo están preparando su propio plan, que se asemeja al de Sawicki pero que está abierto a usar más espacios de la propiedad para generar ingresos. El grupo está considerando rentar el convento y la rectoría para albergar oficinas de organizaciones sin fines de lucro, tiendas emergentes y empresas locales, dice Torres.
Ward Miller, de Preservation Chicago (organización que defiende la arquitectura histórica y los barrios de la ciudad), propone una tercera ruta. “Deberíamos estar buscando que [San Adalberto] se designe como monumento histórico de Chicago, y usar algunos de los recursos del fondo ´adopta un monumento´ para ayudar a preservar estos edificios”, dice Miller.
Pero, según Masselli, “no se ha presentado ningún plan viable a la Arquidiócesis durante este periodo que hubiera permitido la preservación de la propiedad y su funcionamiento continuo, en particular considerando la gran inversión que se necesita para reparar y estabilizar los edificios”.
Aunque no hizo comentarios sobre ninguna propuesta en particular, Masselli señala que “la parroquia y la Arquidiócesis han estado abiertos al proceso y han hablado directamente con muchos grupos interesados en la propiedad. Todas las propuestas potenciales serán, y han sido, consideradas”.
Han pasado aproximadamente tres años desde que se anunció por primera vez la consolidación de las iglesias de Pilsen, y San Adalberto sigue ofreciendo misa semanal en inglés y español, más una misa en polaco el primer domingo de cada mes.
Ha habido mucha incertidumbre a lo largo del camino. En el otoño de 2016, la iglesia estuvo brevemente bajo contrato para ser vendida a la Academia de Música de Chicago, para convertirse en una sala de conciertos y alojamiento para estudiantes. El trato fracasó abruptamente al año siguiente. En ese momento, Masselli le dijo a South Side Weekly que aunque “había muchos aspectos del plan de la Academia de Música de Chicago que eran atractivos, el plan demostró finalmente que no era factible”.
A finales de abril de 2019, se corrió la voz de que había un nuevo comprador serio para la iglesia. El Padre Enright dijo a los feligreses que tendrán que prepararse para los cambios, porque para septiembre de 2019, después de más de un siglo, la iglesia podría pertenecer a otra entidad. Labriola y Cawthon, los corredores de la propiedad, negaron que hubiera un comprador y dijeron que la iglesia todavía estaba en el mercado.
La familia de Torres ha estado en San Adalberto por dos generaciones, la de Jakubowski por tres y la de Olszewski por cuatro. Hay cientos de personas como ellos que, motivados por su fe, han dedicado su tiempo y trabajo para hacer de San Adalberto lo que es hoy.
“No quiero decir que ya no voy a ser católica(…) pero al mismo tiempo, la jerarquía no nos facilita mantener nuestra fe y creo que eso es una pena”, dice Torres, reflexionando sobre su experiencia en la lucha por su iglesia.
Aunque el edificio esté abierto o no, los feligreses dicen que la iglesia que recuerdan ya se cerró. Bodas, quinceañeras u otros eventos importantes ya no se celebran en San Adalberto. Según empleados de San Pablo, feligreses no pueden organizar eventos con meses de anticipación porque no saben si la iglesia será vendida para entonces. Ocasionalmente hay funerales, porque toma pocos días el planearlos.
María Elida “Eli” Sánchez comenzó a ir a San Adalberto después de que otra iglesia de Pilsen, San Vito, cerró en 1990. Ella recuerda el día en que se le prohibió celebrar el Día de la Virgen de Guadalupe, un día de celebración importante para católicos mexicanos que honran a la Virgen María.
“Lo más triste fue el dia 12 de diciembre que no nos dejaron cantarle a las 5 de la mañana en la iglesia,” dice Sánchez. “Vinimos a todos los rosarios, que son nueve. Y el día de las mañanitas no nos dejaron estar en la iglesia(…). Bajo sus órdenes [del padre Enright] estamos — y si él dice que no, es no, y si él dice que sí, entonces es sí.”
Cuando murió la madre de Jakubowski, ella tuvo que rogar para tener el funeral en San Adalberto. Su madre participó en la lucha para salvar la iglesia cuando la Arquidiócesis trató de cerrarla en 1974, dice Jakubowski, y hasta sus últimos momentos, rezó para que permaneciera abierta.
Torres y otros feligreses también describen que se les prohíbe hacer reparaciones en la iglesia.
“Querían reparar algunos problemas en la rectoría, y sí, algunas veces [el Padre Enright] nos permitió reparar cosas urgentes, pero no nos ha permitido hacer otras reparaciones porque se va a vender,” dice Torres.
Romper los lazos que las personas tienen con la iglesia los aliena de su comunidad y, sin la comunidad, es más fácil justificar el cierre de la iglesia, dicen los feligreses.
“Cupich dice que estos edificios se pueden acabar, que necesitamos concentrarnos en la gente”, agrega Torres. “Yo me estoy concentrando en mantener a mi comunidad de fieles juntos y si pudiéramos hacerlo en nuestra iglesia sería increíble. Cuando veo San Adalberto, veo la belleza de la iglesia, pero también veo la belleza de mi propia comunidad allí reflejada”.
Para quienes temen que sus propias iglesias puedan ir por el mismo camino, Torres dice que “necesitamos trabajar juntos para asegurarnos de que no haya más daño a los individuos, y que trabajemos para hacer que los feligreses —la comunidad de fieles, la gente real— sean la parte más importantes de la Iglesia Católica”.
Clemente Murillo ha sido parte de la comunidad de feligreses de San Adalberto desde que tenía cinco años. Ahora a los 27 años, se ofrece como voluntario todos los domingos en la iglesia vendiendo velas, tarjetas de santos y libros de oraciones en el vestíbulo. Durante el Vía Crucis de 2019, una gran procesión que se celebra cada Pascua, Murillo está detrás del mostrador. A él le gusta cuando la misa está llena en días de celebración como éste, aunque le gustaría ver más a estos rostros todos los domingos.
“Pero, por supuesto, con todo lo que se habla de cerrar(…) como con cualquier cosa, que sea una iglesia o no, [si] se está cerrando, no te motiva a venir, porque estás pensando ‘para qué voy, ¿qué gano con eso?’”, dice Murillo.
Los argumentos alrededor de las dificultades financieras que se enfrentan para mantener abiertas las iglesias de Pilsen, que además necesitan costosas reparaciones, tienen sentido para Murillo. Pero aún así considera frustrante escuchar las conversaciones sobre el cierre de la iglesia de su infancia.
“Es una mezcla de emociones. Estás triste, enojado, inseguro, por supuesto, de todo lo demás. Pero al final sólo vienes, ayudas porque si aún está abierta, todavía necesitas venir y ayudar”, explica Murillo.
Murillo bromea que ya está predispuesto y que de todas las iglesias en Pilsen, San Adalberto es la más hermosa. Ya con seriedad, Murillo resalta que desde casi cualquier lugar en Pilsen se pueden ver las icónicas torres de la iglesia. Él la considera un monumento histórico.
Cuando se le pregunta qué hará si se cierra la parroquia, él dice que probablemente encontrará otra parroquia más cercana a donde vive en La Villita. Pero entiende que si se cierra San Adalberto, ese sería el final del camino para algunos feligreses.
“Realmente es como si estuvieran cerrando tu propia casa”, dice Murillo. “Yo personalmente, sé que todavía podría ir a cualquier otro lugar, pero esto es lo que conozco. He ido a otras parroquias, son hermosas y todo, pero nunca se siente como a la que siempre has ido.”
Este artículo fue producido por City Bureau, un laboratorio de periodismo cívico en el barrio de Woodlawn, en Chicago. Para más información y participar, visite citybureau.org
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¡Hola!
Que bella historia acabo de leer. Cada persona aporta un grano de arena y es lo maravilloso de todo este artículo. Recuperar nuestra iglesia es importante y no se podía hacer sino fuera por la ayuda y el interés de tantas personas.
Dios los bendiga!